Sunday, December 8, 2013

León Salvatierra's Al norte: A Book Review



"Dancers" by Gustavo V. Sagade


Back in the spring of this year I had the opportunity to attend a National Association of Chicana and Chicano Studies (NACCS) conference in San Antonio, Texas. Poets Javier O. Huerta & Javier Zamora--who I had previously met--and León Salvatierra--who I had the pleasure of meeting while there--were part of a panel titled "Towards a Literature of the Undocumented." Besides the privilege of meeting León, I also had the privilege of being gifted a copy of his debut collection Al norte (Editorial Universitaria de la UNAN-León, 2012). As the title of the collection implies and as the poems themselves will testify, Al norte  documents the "undocumented," the "northbound" experience of a poet--that like many Nicas in the U.S.--came of age physically  far from home but perhaps not historically distanced from that post-Somoza Nicaragua. As Arturo Dávila, the author of the book review that follows, states:

"This poem [León Salvatierra was born the day they killed Somoza] is one of the most outstanding in the book, and it already belongs to the tradition of Nicaraguan poetry [and to U.S. poetry, I would add].  León Salvatierra has left behind a memorable testimony for that generation of Central Americans born after Somoza.  That poem sets out to heal the wounds, deformities, mutilations and other consequences left by colonialism, imperialism and even the revolution in that tiny Central American nation." (My translation.)

What follows is a book review of Al norte (in Spanish) by Arturo Dávila and an English translation of the cornerstone poem alluded to in the passage I've quoted. (That translation is by Gustavo V. Sagade, as is the  ekphrastic drawing--titled "Dancers"--that accompanies this post. I should also mention that Javier O. Huerta has translated Al norte in its entirety and that translation is currently under review at Arte Publico Press. 

--Lauro Vazquez


***



León Salvatierra:
Al Norte está en cualquier parte

Todo primer libro de poesía es una promesa. Es, asimismo, un motivo de celebración. Marca la presencia de un poeta en el mundo, el comienzo de una carrera. Estos textos poéticos se caracterizan por contener una fuerza inusitada, un impulso romántico, lírico, expansivo, dramático, donde se conjugan aciertos y errores, pero siempre con la tremenda intención de marcar la página en blanco. Pensemos en Farewell de Neruda, o Los salmos rojos, libro del que Borges siempre se retractó; Los heraldos negros de Vallejo y muchos más. Alfonso Reyes llamó a su primer libro Huellas, título que refiere con exactitud el itinerario de un poeta por el mundo, su intencionalidad: dejar huella, marcar. He aquí su apuesta existencial, he aquí, también, sus límites.

Al norte (2012) de León Salvatierra, publicado por la Editorial Universitaria de la UNAN-León, no es la excepción: es juvenil, es desbordante. El poeta se vuelca en el libro y deja testimonio de su itinerario de vida. La travesía es un leitmotiv. En “Índice general”, por ejemplo, leemos:

Tocar la esperanza
Matizando la lengua
Al norte y las caricias (21) . . .

o, al final del mismo poema:

                       En el norte
                       Desafiar ilusiones
                       Diseñando mis alas y otros poemas.

El poeta, así, declara su intención: desafiar ilusiones y diseñar sus alas (metáfora de su poesía). De alguna forma, y eso confirma su  juventud, “echa toda la carne al asador”: desde su salida de Nicaragua, el cruce “ilegal” de fronteras, el descubrimiento del Imperio, esa entelequia que está ubicada “al norte” y que miles de personas aspiran diariamente a cruzar, el exilio, la clandestinidad, la ciudadanía, y hasta sus estudios de doctorado sobre “el fraude”.

Quisiera comentar dos territorios singulares en los que se ubica el libro: por un lado, como señalamos, el recuento personal, el testimonio del viaje del poeta hacia los Estados Unidos, “al norte”, pero volviendo la vista hacia el sur, a la Nicaragua que se dejó, no siempre por voluntad propia. Por el otro lado, composiciones más líricas, donde el poeta describe y explora sus insomnios, sus paranoias, sus dudas, urdiendo versos con paciencia y lentitud, tratando de marcar el texto desde otro ángulo y dejar líneas e imágenes más ambiguas, por nombrarlas de algún modo.

1.- El lado testimonial relata su salida de Nicaragua y el paso por Guatemala, México y los Estados Unidos. Así en “Al regreso”
Fue en mil novecientos ochenta y ocho cuando me fui. . .
Yo tenía quince años cuando me fui de Nicaragua. . .
Yo caminé en la sombra. . .
Yo me fui MOJADO. . . (27-28)

y el retorno marcado por una referencia a Ernesto Cardenal:

En mil novecientos noventa y nueve
un hombre va a entrar a Otra Nicaragua. . . (31)

Lo que une esos dos momentos es que el poeta declara estar “solo” al salir y “solo” al regresar. El sentimiento personal se antepone a la experiencia social o revolucionaria que Cardenal cantaba, y se ubica más en un contexto existencialista y solitario. Las memorias de personajes amados también pueblan el libro, como los amigos que dejó atrás, su abuelo viendo con él —y con todo Nicaragua— la pelea de Alexis Argüello contra Aaron Pryor en 1982: “era la pelea más importante de la historia”, “sus golpes explotaban en nuestra pupilas” (31), y en la que, a los ojos del niño que veía ese combate, Argüello no fue el único que perdió la pelea, sino que la perdió toda Nicaragua y toda Latinoamérica.

En estos poemas testimoniales del libro, el poeta incluye preguntas de la migra, la llegada de la LEY NACARA —que otorgó la legalidad dentro de los Estado Unidos a miles  de centroamericanos—, y hasta un recuento (con comentario) del juramento que se presenta al recibir la ciudadanía “estadounidense”. El punto central de esta travesía es el poema que da título al libro: “Al norte”, que narra dramáticamente el paso por una zona tórrida al cruzar la frontera entre México y Guatemala, y el deceso de don Eduardo, personaje de 55 años, quien queda varado en la travesía, en el intento, expirando entre las manos del poeta, quien sostiene la cabeza del inmigrante, agonizante. El exilio, en fin, se paga con penas y con sangre. Y eso lo sabemos todos los que no vivimos en la patria donde nacimos.

Dentro de estos poemas testimoniales, la composición más sorprendente, me parece, es “León Salvatierra nació el día que mataron a Somoza”. Hay que citarlo en su totalidad:

Yo nací el día que mataron a Somoza
A las diez y media de la mañana
como pólvora la noticia corrió
por las calles de mi barrio
Había nacido a gusto
Así me llamaron Augusto
Hubo celebración y brindis en mi nombre

Yo nací el día que mataron a Somoza
Mis padres ya habían perdido
cinco hijos. Yo había perdido
cinco hermanos. Pero salí bueno a la luz
Los ojos: ninguno de ellos inflamado
Los brazos: ninguno de ellos fracturado
Dos piernas sin marcas ni llagas. Mis dedos
Pequeños, uno a uno estaban completos
Mis uñas intactas. Roja la piel con arrugas
—pero el tiempo sabe que pasé encerrado
en el vientre de mi madre. Nací sin llanto
Es verdad. Me estrangulaba la cuerda umbilical
pero nada se había estropeado. Mis puños y pies
se movían como frutos y ramas tropicales
Mis padres lloraron por mí. Dicen que se les notaba
en la mirada. Pues fui una noticia feliz

      Yo nací el día que mataron a Somoza

Se me ocurre que el poema podría llamarse simplemente “Yo nací el día que mataron a Somoza”, y el autor se desdibujara del poema. Así, le daría un tono más genérico, más universal, creando un “yo” que se adscribiría a cualquier lector del poema. Algo como aquel “Yo nací un día / que Dios estuvo enfermo” del célebre “Espergesia” de César Vallejo. A diferencia del lamento fúnebre del peruano, el poema de Salvatierra emerge con un tono esperanzador, un re/nacimiento que le corresponde a todo niño y niña nicaragüense. Esta composición es una de los más brillantes del libro y pertenece ya a la tradición de la poesía nicaragüense. León Salvatierra ha dejado un memorable testimonio para la generación de jóvenes centroamericanos nacidos después de Somoza. El poema se propone curar las heridas, deformidades, mutilaciones y demás lacras que dejó el colonialismo, el imperialismo, y hasta la revolución, en la pequeña nación centroamericana.

2.- Señalé que hay poemas más ambiguos, donde el “yo” no está tan marcado sino que la experiencia es más lingüística, incluso experimental.  Algunos de los momentos más felices del libro de León Salvatierra son aquéllos en que el giro lingüístico se manifiesta con destellos, en que aparece un epíteto deslumbrante, un efecto de sinestesia memorable, un concepto alambicado, una idea que te lleva a una reflexión filosófica, etc. Es otra voz que aparece en el libro, diferente a los poemas que emocionan debido al dramatismo de la experiencia personal o del sufrimiento. Cito algunos ejemplos aislados de estos momentos lingüísticos que cifran sus contribuciones a la lengua:

Esta mañana
la luz del sol entró a nuestra habitación
con elegancia de corbata
acarició el cuello de un titán cobarde
se posó sobre mi pecho de mármol (25)

Las hormigas caminaron a la sombra
Yo caminé en la sombra (28)

América no fue el nombre de mi amada
América fue mi sueño paralítico
América no era mi casa (29)

El problema del amor es que se hace más pesado
que la persona a quien amamos (33)

. . . He tolerado mis defectos y los he acariciado
como a un pájaro. (36)

Esa imagen fue torpe: el muñeco en el suelo
Una tarde tímida de colores húmedos
y pedazos de sueños tirados en la tierra (38)

Pero nada se había estropeado. Mis puños y mis pies
se movían como frutas y ramas tropicales (50)

Si te seduce el sueño saca tu arpa
y toca el interior de tu reino (54)

Mis ojos aturdidos en pensar (64)

Caminó hacia el horizonte (68)

Eres liviano
  pero no tienes alas
Hoy tus guantes son de pluma (73)

  como un cisne
exigiendo respuestas (75)

Ahora prefiero abrazar las llamas que bailan solas

Y que dan frío, las moribundas pupilas de un simio
y su terquedad (77)

y los últimos dos versos del libro:

Debo irme          ángel            jaula  escalera de incendios
Pelucas            movimientos vuelo  Debo   irme    ahora

*                      *                      *

La crítica siempre va a la sombra de la poesía y trata de ser atinada. León Salvatierra explora dos caminos de la poesía, propone dos tonos: uno social, testimonial; otro más íntimo, lírico. El tiempo nos dirá cuál de los dos sigue en su siguiente libro, o si continúa desarrollando ambas voces.

Hoy, sin embargo, nos hallamos en un momento de celebración. El primer libro de un poeta, dije, es una promesa y éste merece elogios. Algunos de los poemas de corte testimonial, ya están inscritos en el discurso social, político, histórico de la poesía nicaragüense. Tal vez obedezcan a la idea de Frantz Fanon de que “el grito” es el primer signo de rebelión y resistencia, la primera marca de identidad, una rotunda articulación de la subjetividad del subalterno, temas que hoy atraen a los jóvenes.

Quisiera alabar, para mi regocijo, las acrobacias verbales y las destrezas retóricas que, aunque más sutiles, son igualmente atinadas. Surgen de las aguas más profundas del inconsciente del autor y se anteponen al juicio. Me quedo con la luz del sol que entra en una habitación con elegancia de corbata, con esa América que (para muchos) es un sueño paralítico, con  los puños y los pies de un niño o niña nicaragüense —cualquiera que haya sobrevivido a Somoza— que se mueven como frutos y ramas tropicales, con unos guantes de pluma, con un cisne que exige respuestas, con un poeta abrazando llamas que bailan solas, y con las pupilas moribundas de un simio.

Arturo Dávila
Laney College / UC Berkeley


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LEÓN SALVATIERRA WAS BORN THE DAY THEY KILLED SOMOZA

I was born the day they killed Somoza
At ten thirty in the morning
like gunpowder the news ran
down the streets of my barrio
I was born well
They thus called me August
There were celebrations and toasts in my name

I was born the day they killed Somoza
My parents had already lost
five children.  I had lost
five brothers.  But I came out to daylight well
My eyes: none of them inflamed
My arms: none of them broken
Two legs without scars or wounds.  My fingers
Small, one by one they were all there
My nails untouched.  My skin red with wrinkles
-but time knows how I was
in my mothers womb- . I was born without crying
That’s true.  I was being strangled by the umbelical chord
But nothing was damaged.  My fists and my feet
moved like tropical fruit and vines
My parents cried for me.  They say you could notice it
in their look.  I was good news.

I was born the day they killed Somoza


Translation by Gustavo V. Segade
June 25, 2012



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